Los humanos, como todos los seres vivos, nacen, crecen, se reproducen y mueren, actividades que siempre se citan por orden cronológico, que no de importancia. La reproducción, es decir, la copia, ha sido siempre una de las ocupaciones a las que el hombre ha dedicado más tiempo y esfuerzo, incluso hoy día, aunque pensemos lo contrario en esta época trufada de estrés y anticonceptivos. Realizamos copias de nosotros en la cama, y de los objetos en la fábrica, la oficina o el ordenador doméstico. La naturaleza se copia a sí misma en forma de semillas, ovejas o tomates, y nosotros copiamos de ella merced a los clónicos y trangénicos. Son imprescindibles las copias cuando reclamas a la Administración, cuando pagas tus impuestos, cuando contratas la hipoteca o alquilas un triciclo; y necesarias para salvaguardar los poemas, mensajes o fotos poco recomendables que recibes con errática frecuencia de un ser querido. Aquello que carece de copia alcanza un valor incalculable y es insustituible, de cuya importancia sólo nos damos cuenta cuando perdemos el original y no tenemos nada para reemplazarlo; por ejemplo, la ubicua anécdota de que se nos estropea el disco duro del ordenador, y olvidamos con horror la última vez que realizamos una copia de seguridad. De modo que una preocupación primordial de los hombres ha sido siempre hallar el modo de realizar copias rápidamente. Gracias a los robots industriales, las regrabadoras de DVD y las fotocopiadoras, lo que antes se hacía a mano, de manera lenta y penosa pero a la vez con cariño e incluso vocación artística, ahora se realiza en serie con gran celeridad: millones de personas ganan su sustento fabricando copias de anillos, tornillos, ladrillos o cigarrillos, o vendiéndolas en negocios estables o improvisados en torno a una manta sobre la acera. Nuestra sociedad gira alrededor de la copia, con los beneficios económicos y los problemas legales que suscita; se ha convertido en una actividad esencial en nuestras vidas, por lo que es justo que dediquemos unas líneas a explicar su etimología.
De la antigua raíz indoeuropea op- “trabajar, producir, obtener” nacieron en latín un buen número de palabras: una de ellas fue opus “obra, trabajo”, es decir, la acción de trabajar, de la cual hablaremos largo y tendido en algún año bisiesto; pero hoy nos concentraremos en ops, opis, (que no hay que confundir con el griego ops, opos, “ojo”, y por extensión, “rostro, semblante”, como en kyklos ops “ojo redondo” > cíclope), cuyo significado original era “recurso, producto, bien”, lo que viene a ser el resultado del trabajo que realizamos en el opus. Como ya sabrán, en tiempos antiguos el trabajo fundamental para ganarse, nunca mejor dicho, el pan estaba relacionado con la agricultura y sus labores anejas, tales como la siembra o recolección, de manera que ops concretó en un principio su significado en “fruto de la tierra”. Y fue con esta acepción con la que nuestra palabra adquirió rango divino encarnada en Opis, también llamada Rea y Cibeles, diosa de la tierra fértil en tanto que madre de todos los frutos, y a quien se adoraba para pedir abundancia de cosechas.
Sin embargo, cumpliendo el destino habitual de las palabras, no tardó en generalizarse fuera del ámbito agrícola, de suerte que opes, el plural de ops, pasó a significar “abundancia de recursos, riqueza de bienes”, e incluso “generosidad, largueza”. Porque una constante de todos los tiempos ha sido que los ricos u opulentos, es decir, los que poseen abundancia de recursos u opes como los flatulentos abundan en flatos y los purulentos en pus, son los más preocupados por mantener las apariencias ante sus súbditos y sobre todo sus iguales. De manera que la honra, la imagen que diríamos ahora, les exige hacer continua ostentación de su generosidad en un banquete opíparo < opi parere “proveer, producir, llevar”, que es lo mismo que decir “que lleva riquezas”, o sea, “bien provisto de viandas”, y de ahí el sentido moderno de “abundante, magnífico, espléndido”. Tal gargantuesca actividad, como es evidente, vaciaba por completo los tesoros de los potentados, pero a cambio les permitía conseguir apoyos en la guerra o los negocios, con lo que recuperaban las riquezas gastadas y podían reafirmar su estatus en un nuevo festín. Todas estas acepciones relacionan a nuestra palabra con la bondad tradicional. Y al igual que vimos que los bienes que atesora convierten al buen señor en alguien poderoso y fuerte, capaz de brindar ayuda y protección a sus fieles súbditos, ops adquiere en primer lugar el significado de “fuerza, poder”, y a partir de ahí el de “ayuda, auxilio, asistencia”; y éste es el significado de opitulación, una palabra que no les sonará de nada pero que pueden consultar en el diccionario, y que procede de Opitulus < opi tulere, “llevar la ayuda”, es decir, “el Auxiliador”, uno de los múltiples apelativos del dios Júpiter.
En esos festines de los que hemos hablado, y de los que hay extensa constancia en los poemas homéricos, los héroes reafirmaban su amistad intercambiándose regalos, que a su vez habían obtenido como obsequio de otros grandes personajes, o como despojo en sus incursiones predatorias. Y pasaban días enteros narrando y escuchando hazañas de cuando la guerra se libraba en forma de peleas individuales, antes de que la falange y la legión los uniformara a todos en un ejército anónimo. Como recuerdo de aquellas gestas individuales, los latinos instituyeron la tradición de los spolia opima, que eran las armas y demás efectos que un general romano arrancaba del cuerpo de un comandante enemigo al que había matado en combate singular, y que luego depositaba en el templo de Júpiter, no Opítulo, sino Feretrio. Debido a gran dificultad en obtenerlos, procuraban inmensa fama y prestigio al vencedor, y eran considerados los trofeos más preciados, los mejores, los óptimos. Pero no por ello hay que decir erróneamente spolia optima, ni confundir opimo con óptimo, como suele ser frecuente. Porque opimo, que no ópimo, es un adjetivo que significa “rico, abundante, fértil”, pero también “graso”, y que según algunos deriva de ops, aunque muchos otros no están de acuerdo y lo consideran de origen desconocido; tal vez un préstamo de otra lengua, cuyos antecedentes se remonten incluso a la misma raíz indoeuropea op- “trabajar, producir”, aunque por otras vías. Por lo que respecta a óptimo, aunque se utilice como superlativo de bueno con el sentido de “excelente, el mejor”, no es ése su significado original. La gran mayoría de expertos se inclina por considerarlo un superlativo derivado de la misma palabra ops, y significaría “el más rico, el más fuerte”, pero esa teoría presenta varias objeciones: ops no es un adjetivo, con lo que difícilmente podría producir un superlativo, y en caso de serlo, lo normal sería opissimus, o aun mejor, opulentissimus, que es el término habitual. De modo que cobra fuerza la posibilidad de que óptimo sea un arcaísmo o un préstamo de otra lengua, formado por el adverbio indoeuropeo op u opi (cuyos significados se han transmitido al latín ob “delante de”, y de ahí “en contra”, y sobre todo al griego epi “sobre, encima”), al que se añadió la desinencia arcaica -timus propia de algunos superlativos adverbiales. Con lo cual, el aútentico significado de óptimo sería “el que está en lo más alto”, tal como se puede ver en la expresión legal optimo jure cives, “ciudadano de más alto derecho”, o dicho en jerga leguleya, “ciudadano de pleno derecho”; o en otro más de los apelativos de Júpiter, Óptimo Máximo, que es lo mismo que “el más alto y el más grande de los dioses”; o también en los optimates, la aristocracia conservadora, que aunque se traduzca como “los mejores”, se refiere propiamente a “los de la clase más alta, los que están por encima de todos”. En resumidas cuentas, spolia opima significa literalmente “rico botín, ricos despojos”, expresiones que se siguen empleando en las crónicas militares y épicas, pero no por ello son óptimos en el sentido de los más elevados, aunque llegaran a convertirse en los más honorables.
Si ops es la abundancia de recursos, como hemos dicho, y también la fuerza y el auxilio, la negación de ops, es decir, la in-ops > inopia, es la falta absoluta de recursos, o sea, la miseria e indigencia del que carece de lo necesario para vivir. Esta es la acepción que tiene esta palabra en todas las lenguas romances, incluido el castellano de América, pero en España se contaminó en la expresión estar o vivir en la inopia, que como es obvio significaba “vivir en la extrema pobreza”. Pero una característica del indigente era que vivía al margen de la sociedad, aislado de todo contacto con el mundo civilizado, de forma que no se enteraba de lo que sucedía en éste. Y fue así cómo estar en la inopia perdió su significado original y pasó a equivaler a estar en Babia, es decir, tener la mente absorta en un lugar tan apartado que no se da cuenta de lo que sucede alrededor. El paso siguiente fue aislar inopia del resto de la frase y pasar a significar “ignorancia” o “ensimismamiento”, hasta el punto de que actualmente se puede dar por obsoleto su sentido inicial de “penuria”. Y es que a la pobreza siempre le sigue la ignorancia, como podemos comprobar hoy día por el número de alumnos en las escuelas del Tercer Mundo.
¿Y vive usted en tan completa inopia que se ha olvidado de hablar de la copia?, me preguntarán impacientes. Calma, que tras estos largos antecedentes llegamos por fin a nuestro destino. Les presento a cum > con, una preposición que ya conocerán de sobra con el significado de “unión, compañía”, y que unida a ops pasó a ser una intensificación de ésta. De manera que co-ops, la copia, significa literalmente “abundancia de recursos, gran cantidad de bienes”, es decir, lo mismo que opes, al que acabó por suplantar. Incluso la diosa Opis, la madre tierra, se vio relegada por Copia, la diosa de la abundancia y luego identificada con la Fortuna, que llevaba consigo un gran cuerno del que brotaba gran cantidad de frutos y flores: la cornu copiae > cornucopia, el Cuerno de la Abundancia, con el cual la cabra Amaltea alimentó a ¿adivinan quién?, pues al jovencito Júpiter, de quien no hay forma de despegarnos en esta historia. Y siguiendo con la suplantación, así como opes, plural de ops, significaba originariamente “recursos”, el plural de copia, copiae, pasa a la lengua militar como sinónimo de intendencia, es decir, los recursos en hombres, armas y demás pertrechos para la guerra. Pero copia también logró suplantar a ops: de igual forma que, como ya vimos, esta palabra acabó significando “fuerza, poder”, copia se desliza hacia el poder entendido como facultad o posibilidad de hacer u obtener algo. En el latín medieval nos la encontramos en frases en las que equivale a “licencia, permiso”, como en copiam de scribendi facere, “dar permiso para transcribir”, relativo a los legajos que podían ser reproducidos por los amanuenses en el monasterio. Se fijarán ustedes en que, si bien en aquella época aún no existían los derechos de autor, sí estaban muy presentes los de reproducción, sólo que entonces a cargo de la Iglesia y no la SGAE. De manera que copia pasó a significar “derecho de reproducción”, y sólo fue cuestión de tiempo que, por metonimia, concretara su acepción moderna de “transcripción” al copiar al dictado, “reproducción, imitación” o “ejemplar”.
Huelga decir que nadie emplea copia con su sentido original, si bien lo conserva el diccionario y por tanto pueden recurrir a él para epatar a sus amigotes. La impresión que causarán será óptima si combinan esa acepción con algunos derivados de copia que aún la mantienen. Por ejemplo, copioso, que como deberían saber significa “abundante, cuantioso”; o acopiar, que significa propiamente “hacer copia, hacer cantidad”, y de ahí “juntar, reunir en abundancia alguna cosa”. Así que no se queden en la inopia y corran a hacer acopio de copias de esta etimología: les espera un opíparo banquete surtido de copiosas viandas a cargo de la asombrada concurrencia, y quién sabe si al final los spolia opima depositados a los pies de su cama.