¿Qué es real? ¿Cómo definirías lo real? Las palabras de Matrix han resonado en la conciencia de la Humanidad desde los tiempos de Platón. ¿Cómo diferenciar un objeto de la sombra que crees ver reflejada al fondo de la caverna? Estás encadenado a tu mente y a tu cuerpo, y por una cruel paradoja sólo a través de ellos puedes descubrir lo que existe fuera de ellos. Lo que percibes es real, y lo que piensas, irreal, ¿o es al revés? Si, como decía Schiller, el universo es un pensamiento de Dios, ¿qué ocurriría si no pudiese despertar de su sueño? Vives en un mundo de apariencias e ilusiones, que si carecen de cuerpo lo suplen con un exceso de alma: la vida sólo es real cuando afecta a tu vida real; la Muerte no es sino una palabra hasta que la ves ante tus ojos. Mas siempre han creído los hombres que en las palabras reside el poder de conjurar la realidad, y aquello que carece de nombre parece desvanecerse. Monstruos innombrables rondaban en la oscuridad, lejos de la hoguera donde el brujo hacía surgir la vida en cuentos bellos y fascinantes, que sólo un necio arruinaría mostrando su falsedad. La realidad es dolorosa y cierras los ojos para matarla, pero sigue haciendo daño porque sabes que acecha ahí fuera. Pocas cosas hay más placenteras que estar completamente loco y gozar en plenitud de tu mundo de sueños; y pocas más aterradoras que esos momentos de lucidez en los que eres consciente de que te estás volviendo loco. La ignorancia es la felicidad.

 

La palabra real procede del latín tardío realis, que es a su vez un adjetivo derivado de res. ¿Y qué significa res? En un artículo anterior hablábamos de cómo, para vencer nuestra ineptitud a la hora de aprender idiomas, asociábamos una palabra con un único significado, y lo repetíamos por doquier sin pensar que existiera ningún otro. En el caso del latín sucede lo mismo; de todas las palabras que intentamos aprender en la escuela, dos se nos han grabado indelebles como símbolo de esa lengua: rosa, rosae como modelo de declinación, y res, rei con el significado de “cosa”, de la cual procedía la res publica, la cosa pública, la República. ¿Y es eso cierto? Pues… sí, pero no. Ciertamente, “cosa” fue uno de los múltiples significados que tuvo res en la época romana, pero no el único, ni el más importante. Y no se corresponde fielmente con lo que significa real, ni tampoco con república.

 

La etimología de res nace en la raíz indoeuropea rei- o ree, que quiere decir “dar, otorgar, conceder”. La res no sólo indicaba un concepto absolutamente real, sino muy material: eran los bienes que se transmitían de padres a hijos, de suegros a yernos, de jefes a súbditos, de hombre a hombre, en forma de herencia, dote, regalo o intercambio comercial. Por lo tanto, aunque lo real se equiparaba a lo tangible, no lo integraban de ningún modo las “cosas” indeterminadas e incluso despreciables tal como las entendemos ahora, sino las posesiones concretas que constituían la hacienda, el ajuar, el patrimonio de una familia: vestidos, aperos, utensilios, adornos, y también animales, casas o tierras de labranza. El que poseía mucha res, una gran cantidad de bienes, era alguien bueno como vimos en su momento, y distribuía parte de ellos entre sus deudos para asegurarse su fidelidad; de igual modo, la raíz que nos ocupa produjo palabras en sánscrito y antiguo iranio con el significado de “rico, opulento”, “abundante, fértil”, o “presente, regalo, favor”. Asímismo, este sentido de propiedad también sobrevivió en latín, donde se conservó en expresiones jurídicas o fijadas por el uso. Por ejemplo, es famoso en Derecho romano la consideración de un esclavo como res; pero no porque fuese “algo”, una cosa amorfa, un animal infrahumano, que perdía su alma y volvía a recobrarla milagrosamente al ser liberado, sino porque, si bien seguía siendo “alguien”, un ser humano, era un bien propiedad de otro, y carecía de derechos individuales y políticos, los cuales adquiría o recuperaba con la manumisión.

 

A partir de este concepto originario, “bien material propiedad de alguien”, la palabra res irá acumulando nuevos significados a través de un proceso múltiple plagado de desvíos e intersecciones, que intentaremos explicar a continuación.

  • Por un lado, se fijará en el sentido de “bien”, el cual se diferencia de un objeto normal en que resulta beneficioso, es decir, útil, a su poseedor, razón por la cual lo conserva. Mediante un simple mecanismo de abstracción, del bien útil nos deslizamos a la cualidad genérica de útil, y de este modo res pasa a significar también “interés, beneficio, utilidad, ventaja, provecho”. Pero el proceso no acaba aquí: ya dijimos que los bienes pueden pasar de mano en mano a través del intercambio comercial, una de cuyos requisitos es que exista beneficio para ambas partes. De esta forma, el interés particular se amplía al interés mutuo, y nuestra palabra pasa a significar también “negocio, trato, contrato”.

  • Por otro lado, res se concentrará en el sentido de “material”, y lo ampliará a todos los objetos que aparecen ante nuestros ojos, aunque nos resulten inútiles, deleznables e incluso peligrosos: un guijarro, una rama podrida, una bosta de vaca, etc. En suma, esta acepción es la más cercana a lo que ahora entendemos por “cosa”. Ahora bien, entre los bienes materiales que entraban dentro de la categoría de res se encontraban también los animales que tenía la familia. En el momento en que la palabra amplía su significado a todos los objetos inanimados, también lo hace a todos los animados, incluidos los inocuos, perjudiciales y monstruosos: es decir, pasa a significar “ser, ente” en general, pero sigue conservando su carácter animal, de modo que no incluye a los humanos excepto en un contexto peyorativo.

  • Y por último, se fijará en el sentido de “propiedad de alguien”, donde se establecen varias ramificaciones semánticas. En primer lugar, amplía el significado a todo tipo de objetos con dueño, materiales o inmateriales: se convierte en sinónimo de “asunto, tema que concierne a alguien”, y que a su vez se ve contaminado por la acepción de “interés” que vimos antes. En segundo lugar, se amplía a todo lo que es propio no de alguien, sino de algo: no se trata sólo de los asuntos de una persona, ni siquiera los de una colectividad, sino los relacionados con cualquier concepto o ámbito de actuación; así, tenemos los asuntos divinos, militares, filosóficos, económicos, literarios, etc. In medias res, recomendaba Horacio empezar una narración: en mitad del asunto, dejándose de aburridos prolegómenos, sino sumergirle de golpe en el meollo de la historia, y que se fuese empapando sin dilación de los personajes y sucesos que se le presentan uno tras otro. Cada uno de esos ámbitos, por lo tanto, posee res en la triple acepción de bienes que le pertenecen, asuntos que le son propios, e intereses que le conciernen. Y esto se cumple también en los dos ámbitos principales de los romanos: el privado o familiar, res familiaris, y el público o político, res publica. De forma que república no significa eso tan vago de “cosa pública”, sino “bienes de propiedad pública”, que luego se generaliza a “asuntos e intereses propios del ámbito público”. No tardará en producirse una nueva transferencia semántica, y la república pasará a ser simplemente el “ámbito público”, y de ahí “el Estado” que lo dirige y regula, donde todos sus bienes, asuntos e intereses se dan por sobreentendidos.

 

En última instancia, es inevitable que todas estas acepciones se mezclen, y res pase a abarcar todo tipo de objetos concretos, materiales e inmateriales, útiles e inútiles, con o sin dueño. Se convierte en sinónimo de “acto, hecho, suceso”, con el sentido de acción cumplida, materializada, que ha existido en realidad, en oposición a los dichos, opiniones, temores o rumores, que pertenecen al ámbito subjetivo, probable pero también imposible. Cuando esos actos forman parte de las viejas leyendas que tanto gustaban a los romanos, res pasa a significar también “hazaña, gesta”: Res populi romani, las gestas del pueblo romano, como subtituló Livio a su gran historia de Roma. Nuestra querida palabra puede significar cualquier cosa concreta, lo que lleva como corolario que no signifique nada en concreto. Adquiere un sentido vago, indeterminado, que le permite incluso funcionar como eufemismo de lo que el pudor condenaba: si quieres indicar la mierda, el sexo, sin mencionarlo por su nombre, te queda el recurso de hablar de “eso”, “esa cosa”, esa res. El último paso es que llega a perder todo significado en ciertas expresiones latinas; por ejemplo, cuando va seguida de un adjetivo, sólo significa ese adjetivo en género neutro: res divinae, los asuntos divinos, se traduce por “lo divino”, res militaris por “lo militar”, res publica por “lo público”, etc. Otra de esas expresiones fue res nata, “lo nacido o natural”, que se generalizó a “lo hecho, lo existente, el asunto”; en latín medieval se empieza a usar principalmente en construcciones negativas: non res nata, “no hay asunto”, rem natam non fecit, “no hizo el hecho”, de forma que la antigua frase latina adquiere el sentido de “nulo, insignificante, inexistente”. De la primera expresión procede por un lado el catalán res, y por otro el castellano non nata > non nada > nonada (de donde viene anonadar, “reducir a la nada”), que finalmente se convirtió en nada; mientras que de la segunda expresión en acusativo proceden el francés rien y el galaicoportugués ren.

 

Uno de los ámbitos de que hablábamos anteriormente siempre tuvo una gran relevancia en el mundo romano: la Ley y el Derecho. Fue tal su importancia, que res no sólo significó “asunto en general”, sino en multitud de ocasiones “asunto judicial”, es decir, los pleitos y litigios que tanto gustaban a los aprendices de orador. Cuando tu esclavo se escapaba, o el vecino robaba los frutos de tu higuera que caían en su huerto, o te sentías lesionado en cualquiera de tus derechos, siempre podías acudir a los tribunales para practicar una reivindicación < rei vindicatio, es decir, reclamar lo que te pertenece. Entonces se iniciaba una res, es decir, un proceso o causa, todo lo relativo al cual se denominaba reus, un adjetivo derivado de res. Lo más importante de un litigio son, como es obvio, los litigantes, de forma que reus pasó a denominar específicamente a cualquiera de ellos. Y siguiendo el proceso lógico, lo esencial para que exista un litigio es que haya alguien contra quien se entable aquél, de manera que reus pasó a ser el demandado, acusado, procesado. Y como suele suceder, las más de las veces el demandado era considerado responsable < re spondere, es decir, que estaba atado, vinculado, ligado, desposado < sponsus con los actos o res de los que se le acusaba. Y fue con este sentido de “condenado” con el que reus se convirtió en nuestro reo. Reo de la fortuna, llamaban los romanos a quien consideraban responsable de la mala fortuna; reo de sus palabras, se dice de los bocazas que prometen y hablan más de la cuenta.

 

Y como colofón, ¿qué relación existe entre res y las reses que pacen en los prados? Según la Real Academia, la res o cabeza de ganado procede del árabe ra’as “cabeza”, palabra emparentada con rais “cabeza de tribu, cabeza del Estado”, título que se solía aplicar a Sadam Hussein. Otros, por ejemplo Coromines, sostiene que eso es imposible por razones fonéticas: de ra’as habría derivado ras, palabra que nunca aparece en textos medievales, sino únicamente res; por otra parte, habría que haberle antepuesto el artículo como a los demás préstamos árabes, de manera que el resultado habría sido al-ras > ar-ras > arrases o arraces, pero no reses. Y por si fuera poco, el ras árabe es masculino y su derivado habría mantenido ese género. De modo que los indicios apuntan a nuestra res, palabra que ya era femenina en latín, y que como hemos visto significaba originariamente “bienes en propiedad”, incluidos los animales. Aparte que res con el sentido de “objeto, cosa” no fue raro en castellano antiguo, donde se conservaron calcos del latín como los ya vistos res familiares, res pública, o res nada.

 

¿Qué es, entonces, lo real? Pues todo lo que existe, como ya sabemos, y que está basada en una res, sea ésta un objeto, ente, hecho o asunto. El pensamiento es real, pero los pensamientos no lo son, aunque muchas veces desearíamos que lo fueran. Por suerte, cuando la realidad nos atenace con su aterradora presencia siempre podemos escapar de ella a nuestro mundo irreal, o crear una nueva realidad virtual. Y si nos resulta aburrida, ¿por qué no hacer de ella un espectáculo, un reality show?